top of page

El pasado como herencia.

  • patricia13g
  • 13 dic 2018
  • 4 Min. de lectura

El pasado como herencia.

Quizá es el primer capítulo de mi primera novela, y se lo dedico a mi padre, que también empezó la suya, y yo con esto espero que cierre todo lo que ha empezado.


- Cariño, es aquí. Mira, allí tienes un hueco para dejar la furgoneta.

- Que bonita es la casa de tu abuela. Es una pena conocerla en estas circunstancias- dijo mi novio.

- Bueno, tarde o temprano tenía que gestionar la herencia, y tal y como está la casa, lo mejor es que nos deshagamos de todas las coas y vendamos el solar. Y cuanto antes mejor Pablo, que esta noche tenemos reserva en tu restaurante favorito.

Sin mucho entusiasmo, llevábamos más de cinco horas en esa casa, que llevaba más de veinte años abandonada, y se caía a pedazos. Tiramos cajas, quitamos telas de arañas y no paramos de toser por el polvo. Ya quería irme, cuando mi novio me enseñó una carpeta amarilla, bastante doblada por la humedad.

- María, aquí hay fotos de tu abuela, quizás quieras conservarlas.- me dijo.

- No creas, apenas tenía relación con ella, y mi madre hace años que murió.- le respondí atareada desde el otro lado de la casa.

- De todos modos deberías ver está, me llama la atención la forma en que se tapa el ojo.

De golpe, recordé el rostro de mi abuela Abelina, lleno de surcos y siempre decorado con antiguas joyas que parecían de museo.

- Tenía una cicatriz bastante fea.- le dije, pero la verdad, no se por qué. Supongo que ya la tenía cuando vino de Bolivia.

Mientras metía en cajas las figuritas de porcelana, no pude evitar sentir curiosidad por husmear el resto de la carpeta. Para mi sorpresa, encontré lo que parecían ser las páginas de un viejo diario.

“29 de septiembre de 1932. Bolivia ha entrado en guerra con Paraguay

y tengo miedo. El coronel Emilio Aguirre está liderando las tropas en

el norte y confío en que lo haga con destreza, porque mi padre está

entre sus filas. La vida en la granja es dura ahora que tengo que

cuidar de mi madre enferma y parece que el enemigo se acerca.

Enseguida llamé a Pablo, que estaba barriendo mientras bailaba al son del grupo que siempre lleva estampado en su camiseta. Encendimos la chimenea y nos sentamos en un rasgado sofá para unir las piezas de mi pasado. El Segundo papel, apenas legible, empezaba así;

“10 de diciembre de 1932. Tras la batalla del Boquerón

solo regresaron 400 soldados…y ninguno de ellos era mi padre. Es

duro enfrentar la orfandad a mis 25 años, pero además, el mes pasado

el ejército saqueó la granja, y tratando de defenderla, fui apuñalada.

Tal vez algún día recupere la vista de mi ojo izquierdo, pero todos mis

sueños ya me han sido arrebatados, y con ellos, se han ido mis fuerzas

para seguir adelante.”

A partir de ese momento, Pablo continuó leyendo. Yo había quedado muda, y estaba tratando de procesar aquella realidad, más propia de una novela de Isabel Allende, que de mi familia, que hasta donde yo conocía, era de exitosos empresarios.

“15 de julio de 1934. Llevo mucho tiempo redactando, destrozando y

reescribiéndola esta carta. Tu partida me rompió el corazón y no me

pondría en contacto contigo si no fuera porque tengo algo muy

importante que decirte….estoy embarazada de tu hija”

“20 de noviembre de 1938. Me siento una cobarde por no haber

enviado aquella carta. Mi hija crece sin padre, pero ya no debe

importarme, pues ha sucedido algo tan horrible que no puede ser escrito, y lo más conveniente es que deje el país.”

La última vez que empecé el día con los gallos de la mañana fue en esta casa. Pero ya había crecido y odiaba ese ruido espantoso que aquel día me despertó a las cinco de la mañana, y de un brinco, me echó del sillón. Dejé a Pablo roncando, y con nostalgia, recorrí la casa de mi abuela por última vez. Supongo que por instinto, fui directa a sentarme en la mesa de la cocina donde cada mañana mi abuela, mi madre y yo, desayunábamos. No conocí más familia que esa que formábamos las tres alrededor de la leche y el gofio... y ya sabes como se mantiene una mesa con sólo tres patas. Me levanté por miedo a seguir recordando, pero entré en el que había sido mi cuarto, y volví a tener 12 años. Allí pasaba las horas, casi siempre sola, mientras mi abuela se encargaba de los animales, y mi madre del campo. Yo quería ser como las otras niñas, jugar con ellas y de vez en cuando ir a la ciudad, pero nunca fui como ellas y todavía hoy culpo a mi madre. En estas cuatro paredes se erigió el mundo que inventé para huir de lo que no podía comprender. Dibujaba, imaginaba cuentos y hacía con latas los transportes y habitantes de mi imperio. No recuerdo cuando dejé todo esto para vivir como lo hago ahora, pero de lo que estoy segura es de que mi infancia quedó atrapada en esta casa. Hasta que no la visité sola y enfrenté por primera vez la historia de mis antepasados, no conseguí abrazar a la niña que con dolor aun habitaba en mi, para que por fin pudiera marchar en paz.

Lloré, lloré mucho sentada en ese viejo somier, y observando mi cuarto me di cuenta de que era el más grande de la casa. Mi abuela y mi madre siempre me dieron lo poco que tenían. Entonces deseé por primera vez volver a ser pequeña.

- ¡María, estas aquí!, llevo un rato buscándote. ¿Has visto la hora que es?, deberías prepararte para ir a trabajar. Y por cierto, hemos perdido la reserva en el restaurante, me deberías haber despertado…

- Tienes razón, vamos directos que en el coche tengo todo el papeleo para llevar al despacho.

En el trayecto a la ciudad sentí que dejaba un trocito de mi corazón atrás. Mi abuela había llegado a España con mi madre huyendo de alguna pesadilla, tampoco sabía quién era mi abuelo, y por ellas, y necesitaba averiguar que había pasado. Así que sin pensarlo solté;

- Pablo, necesito dejarlo todo por un tiempo, voy a emprender mi primer viaje a Bolivia.

 
 
 

Comentarios


Entradas recientes

© 2023 by LiveDeeper. 

  • Facebook Social Icon
  • Twitter Social Icon
  • Google+ Social Icon
bottom of page